19 junio 2016

Gordas

Recuerdo la primera vez que me sentí gorda. Pero además gorda estúpida. ¡No sabía que era gorda! ¿Cómo se me había podido pasar?
Estaba yo en mi clase de dibujo y pintura. Tenía 17 años y me estaba preparando para el examen de acceso a Bellas Artes por las tardes. Iba a casa de un pintor de mi ciudad que además de algún caso como el mío (no había muchos queriendo hacer Bellas Artes y menos que quisieran entrar a una facultad con exámen, cuando había otras de entrada sólo por nota), daba clases a ancianas de pintura al óleo.

Pues en una conversación de las que se montaban estas señoras, aparentemente inocente pero que siempre tenían una intención cotilla de trasfondo, empezaron a hablar de peso, y de lo monérrimas que eran ellas en sus años. Y vino la pregunta. Qué callada estás... Y tú qué dices... Estás en tu mejor momento, qué vas a decir... por fin dije que yo pesaba 67 kilos y que estaba bien. Llegaron los ojos como platos y las caras de asombro. Luego los comentarios. Bastante lesivos, por cierto.

Pesaba 67 kilos, sí. Tenía 17 años, medía 1,70 y usaba una talla 38 de las de entonces. No sé cual será su equivalente actual. No tenía ni pizca de tripa. No se me marcaba la musculatura. No era una atleta, pero estaba bien -ahora lo sé-. Con unas bufas que no eran de mi edad, aparentemente. Y me sentí engañada por no haberme preocupado por eso. Llegar a ese peso había sido una evolución normal durante el crecimiento. A lo alto y en femenino. Hacerse mujer te da unos bultos muy incómodos pero la mar de atractivos, creo.

La reacción que tenían estas señoras me hizo pensar. Que no estaba bien, y que la báscula debía marcar lo que las personas que le prestaban atención a éstas cosas considerasen dentro de lo normal.
Años después me enteré de que tengo una densidad de huesos superior a la normal. Pesan más. Así que mi médico nunca se preocupó por que había sido siempre así. Que me vendría muy bien para evitar roturas de huesos y para ésa época en que las mujeres empezamos a perder calcio.

Mira qué bien. Pero eso nunca lo supieron las señoras. Por que entré en Bellas Artes, me mudé a otra ciudad y seguramente ya estén muertas.

Ahora sí soy gorda. No es que me lo propusiera. No quise demostrarles nada. Pero no soy rellenita. No soy redondita. Soy gorda. De las importantes. Y aunque me gustaría no serlo, no voy a luchar en mi contra sólo por encajar en lo que las personas que se preocupan de esto creen que es normal.
Yo no vine aquí para eso.

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