18 diciembre 2011

La provocación

Sólo hay que provocar si estás dispuesto a asumir consecuencias.

Los faroles hay que llevarlos hasta el final, porque si no, pierdes credibilidad. Y no ante los demás, que me da igual lo que piensen. No, el problema es que piensas que tú no eres capaz de hacerle daño a nadie, y que te tienes que dejar comer el terreno siempre. Los taconazos son para los demás, sí, pero también para ti misma. Eres capaz de defender tu terreno, eres capaz de tener voluntad.

Provoca y vence... tal y como sepas vencer.

Cuánto riesgo hay que tomar?

No tengo respuesta real para esto, pero si hay que hacer un poco de caso a lo que suele hacer... Creo que suelo tomar mucho.

Cuando estaba tranquila en Madrid, sin problemas (aparentes) decidí irme al extranjero, a buscar una aventura, huyendo hacia delante. Fue un riesgo innecesario. No digo que estuviera segura 100%, pero claro, vivir más cerca de mi familia es un valor añadido.

No, no me da miedo el riesgo. Me da vida. Por supuesto tengo que medirlo antes de asumirlo. Pero riesgo tras riesgo es lo que hace la vida. Una vida monótona, gris, no me llama la atención.

Hasta el día que me lleve la torta de mi vida, claro.

15 diciembre 2011

El control y la independencia

Honestamente, no creo que esto tenga mucha miga, pero igual a alguien le sorprende la simplicidad con la que veo este asunto.

No se puede ceder el control y mantener la independencia. Pero, lo que es más duro, no se puede recibir el control y mantener la independencia, jajajajaja

Vamos a poner un ejemplo facilito al público congregado. Los padres tienen control sobre sus hijos. Los hijos ceden por ley el control a sus padres. Y decidme, quién es más independiente de los dos grupos de personas? ¿Os habéis fijado en lo bien que duermen los nenes en sus carritos? ¿A quién envidiáis, a los padres que arrastran el carrito o al nene? ¿Quién sirve a quién?

Vamos con las relaciones convencionales. Las normales, las de toda la vida de la democracia donde ambas partes de la pareja son pares. ¿Tienen independencia de movimiento? No, por supuesto que no, estén a malas o a buenas, no tienen independencia. Hay reglas, hay convenios.

Sé que desde fuera este es un punto muy negro que no se entiende. Cómo alguien puede ceder el control a otra persona. Tiene algo de infantiloide, tiene algo de querer depender. Yo tampoco entiendo mucho la pareja convencional, para qué contarlo. Ayer conté mi historia con Marco por encima en un bar. Y una chica escandalizada me dijo que eso ella no lo permite, que una vez estuvo con un chico que no le quiso dar la exclusividad después de estar liados una semana (!) y que le dejó. Y yo me quedé con la sensación de que vengo de Marte.

Pero nunca los caminos iniciáticos fueron fáciles, siempre hubo pruebas en ellos.

14 diciembre 2011

El control y su pérdida

Mi situación personal es un poco extraña, claro que nunca ha dejado de serlo, salvo cuando no tengo ningún interés en nadie.

Mis juegos son peligrosos, y hay que gestionar el riesgo. Matemáticamente, el riesgo se mide como consecuencias (en general económicas) por probabilidad de que esto suceda (del 1 al 0). Es como los "mercados" deciden si arriesgar capital.

Riesgo = Consecuencias x Probabilidad

De manera que cuando las consecuencias pueden ser peligrosas la probabilidad tiene que ser baja para que el riesgo sea asumible.

Yo ahora estoy asumiendo un riesgo muy pequeño, puesto que me he puesto a jugar, como quien no quiere la cosa, con un desconocido en internet. Mis juegos implican cesión del control sobre lo que puedo o no puedo hacer, o lo que debo o no debo hacer. Las consecuencias podrían ser mayúsculas, pero la probabilidad de que algo negativo me pudiera suceder, es muy pequeña.

Con lo cual sólo queda el juego, que me divierte como siempre. Me fastidia dulcemente que me prohíban pequeñas cosas razonables, como puede ser ir en bici sin casco. Tiene cierto regusto a impertinencia que simplemente me tengan que recordar ese detallito ¿Recordáis a cierto expresidente que se preguntaba quién quería que condujeran por él? Pues mi rebelión interna es del mismo estilo. Pero acato, claro, y simplemente la obediencia sobre unos cimientos tan inestables o rebeldes, me producen infinitas sensaciones, mariposas en el estómago. Porque me rebelaré, con todas las de la ley, cuando lo necesite. Pero de momento, no he tenido tanto estrés.

En realidad esto tiene mucho que ver con mi forma de ver el juego. Cuando no puedo más, cuando no puedo aceptar más normas porque estoy más que ahogada, cuando decida olvidarme de todo, será ante el que me protege al que le protestaré, le gritaré, literalmente, o silenciosamente, desobedeciendo en algo que en el fondo, creo que tengo derecho a elegir.

Ahora sólo me sonrío ante la posibilidad. También me sonrío ante la idea de que él desearía que fuera menos buena. Pero sólo tiene sentido desobedecer si no se espera de ti. Y también es divertido tantear el terreno, tomar el pulso, ver hasta dónde llegas capeando la tempestad.

También sé, que una vez traspasado el límite, no aceptaré medias tintas.

13 diciembre 2011

De donde vengo no me llaman osada

Nunca fui un terremoto. En el instituto era una chica reservada que sólo parecía vibrar con problemas de matemáticas, que entendía adecuadamente. El resto me era bastante hostil. No es que las chicas del instituto fueran especialmente mezquinas conmigo (lo eran con otras, pero no conmigo). Yo simplemente no conectaba si no era a través de algún juego matemático, o a través de una fantasía elaborada. El tema de los chicos, de las chicas, del sexo, del mundo, era algo que no me escandalizaba, que no rechazaba. Pero no iba conmigo.

Pasé casi toda la carrera así. Fui más abierta en la uni, por supuesto. Pero nunca me llamó la atención nadie, y si lo hizo, fue de forma muy idealizada. Tanto que no tiene casi nada que ver con la forma de sentir que tengo hoy en día. Había muy poco de erotismo en aquella historia. Me refiero por supuesto a alguien concreto, pero baste decir que me gustaba porque lo consideraba la persona más bondadosa del mundo, el más dulce. Nunca me hizo mayor caso, afortunadamente, porque no hubiera funcionado.

¿Era osada en aquel tiempo? No, pero sólo hay atrevimiento si hay miedo de por medio. A mí no me daba miedo, simplemente no me llamaba la atención.

Con Marco experimenté por primera vez lo que es un cuelgue hormonal (más tarde emocional, pero eso es harina de otro costal). No hubiera pasado de un rollito de verano si no se hubieran alineado los planetas, si no fuera un manipulador que lo único que quería hacer era darle celos a una rubia muy fresca.

Eso es así, más o menos. Marco y yo empezamos un Mayo. Ella se fue de vacaciones, y cuando volvió, dejé de liarme con Marco del orden de un mes. Yo ya lo daba por cerrado, sabía lo que pasaba entre ella y él, y acabado el cuelgue hormonal, todavía no había llegado el cuelgue emocional. No me dolía mucho, apenas el orgullo, y tampoco tanto. Al fin y al cabo, Marco ya había desaparecido un par de veces ese verano para ir a verla, y ni siquiera había tenido el valor de decírmelo a la cara. No me molestaba (en aquel entonces) demasiado, pero tampoco lo convertía en alguien especialmente admirable.

No había daño, por supuesto, y podría haber acabado ahí. Pero la rubia no dejó a su respectivo y Marco estaba sediento de venganza. A mí no me importaba lo de la doble relación, o el cuadrado amoroso. Pero si me hubiera dado cuenta entonces de que yo no era más que su forma retorcida de darle celos a terceros, posiblemente no hubiera aceptado. Con el tiempo, igual eso me ha vuelto más perspicaz hacia las verdaderas intenciones de la gente.

Aquello se extendió por cinco años, principalmente por culpa mía, cuando debió terminar ahí. Debió terminar en muchos puntos, pero ese fue el primer punto en el que cedí demasiado. No osé a pararlo, lo dejé ir cuando no debí permitirlo.

¿El pasado sólo es pasado? No, el pasado me ha hecho más atrevida. El pasado me ha dado alas para descubrir nuevas formas, me ha dado la posibilidad de pensar mal de la gente (antes me hubiera escandalizado sólo de planteármelo). El pasado me ha dado colmillos y uñas, para atreverme con el mundo. Al fin y al cabo, Marco no sólo me utilizó. Me enseñó muchas cosas útiles. De cómo ser dulce, de cómo comerme el mundo, de cómo confiar en mi instinto, de cómo atreverme con la vida.

10 diciembre 2011

Pesadillas

Me vine al lejano país donde empieza el Polo Norte. Me vine buscando poner sal en mi vida. En parte huía de una maravillosa ciudad en donde todos los rincones estaban impregnados de recuerdos que a veces fingía que no me afectaban. Cuando me preguntaban si voy a volver a España yo contestaba que la aventura para mí no parecía más que haber empezado. Que no lo sabía.

Anoche tuve un sueño. Volvía a Madrid. Encontraba un dúplex precioso en una buhardilla en Gran Vía. En la planta baja había un dormitorio pequeño, un baño pequeño y una cocina pequeña. Todo muy cuco. La planta de arriba era un solo espacio con grandes ventanales en las cuatro paredes. La luz entraba a raudales por todas partes, y los cristales eran de esos que tienen canales por dentro con agua circulando consiguiendo una temperatura perfecta. Pensaba que una vez puestas plantas en las ventanas, un generoso sofá y una mesa para comer, aquello iba a quedar precioso.

Mi madre y Ana me ayudaban a colocar las cosas, estaban contentas de tenerme de vuelta. Yo estaba contenta con el nuevo trabajo que había encontrado en Madrid, que me permitía poder pagarme aquel sitio. Todo era perfecto, había terminado más o menos el día, y me acostaba un rato. Entonces en la duermevela, pensaba, ya he venido, ya no tiene remedio, ya no volveré a Dinamarca.

Y entonces me desperté sobresaltada, diciendo, yo no quiero estar en España.

Esta mañana me he dado cuenta de que lo que quiero hoy es no volver.