13 diciembre 2011

De donde vengo no me llaman osada

Nunca fui un terremoto. En el instituto era una chica reservada que sólo parecía vibrar con problemas de matemáticas, que entendía adecuadamente. El resto me era bastante hostil. No es que las chicas del instituto fueran especialmente mezquinas conmigo (lo eran con otras, pero no conmigo). Yo simplemente no conectaba si no era a través de algún juego matemático, o a través de una fantasía elaborada. El tema de los chicos, de las chicas, del sexo, del mundo, era algo que no me escandalizaba, que no rechazaba. Pero no iba conmigo.

Pasé casi toda la carrera así. Fui más abierta en la uni, por supuesto. Pero nunca me llamó la atención nadie, y si lo hizo, fue de forma muy idealizada. Tanto que no tiene casi nada que ver con la forma de sentir que tengo hoy en día. Había muy poco de erotismo en aquella historia. Me refiero por supuesto a alguien concreto, pero baste decir que me gustaba porque lo consideraba la persona más bondadosa del mundo, el más dulce. Nunca me hizo mayor caso, afortunadamente, porque no hubiera funcionado.

¿Era osada en aquel tiempo? No, pero sólo hay atrevimiento si hay miedo de por medio. A mí no me daba miedo, simplemente no me llamaba la atención.

Con Marco experimenté por primera vez lo que es un cuelgue hormonal (más tarde emocional, pero eso es harina de otro costal). No hubiera pasado de un rollito de verano si no se hubieran alineado los planetas, si no fuera un manipulador que lo único que quería hacer era darle celos a una rubia muy fresca.

Eso es así, más o menos. Marco y yo empezamos un Mayo. Ella se fue de vacaciones, y cuando volvió, dejé de liarme con Marco del orden de un mes. Yo ya lo daba por cerrado, sabía lo que pasaba entre ella y él, y acabado el cuelgue hormonal, todavía no había llegado el cuelgue emocional. No me dolía mucho, apenas el orgullo, y tampoco tanto. Al fin y al cabo, Marco ya había desaparecido un par de veces ese verano para ir a verla, y ni siquiera había tenido el valor de decírmelo a la cara. No me molestaba (en aquel entonces) demasiado, pero tampoco lo convertía en alguien especialmente admirable.

No había daño, por supuesto, y podría haber acabado ahí. Pero la rubia no dejó a su respectivo y Marco estaba sediento de venganza. A mí no me importaba lo de la doble relación, o el cuadrado amoroso. Pero si me hubiera dado cuenta entonces de que yo no era más que su forma retorcida de darle celos a terceros, posiblemente no hubiera aceptado. Con el tiempo, igual eso me ha vuelto más perspicaz hacia las verdaderas intenciones de la gente.

Aquello se extendió por cinco años, principalmente por culpa mía, cuando debió terminar ahí. Debió terminar en muchos puntos, pero ese fue el primer punto en el que cedí demasiado. No osé a pararlo, lo dejé ir cuando no debí permitirlo.

¿El pasado sólo es pasado? No, el pasado me ha hecho más atrevida. El pasado me ha dado alas para descubrir nuevas formas, me ha dado la posibilidad de pensar mal de la gente (antes me hubiera escandalizado sólo de planteármelo). El pasado me ha dado colmillos y uñas, para atreverme con el mundo. Al fin y al cabo, Marco no sólo me utilizó. Me enseñó muchas cosas útiles. De cómo ser dulce, de cómo comerme el mundo, de cómo confiar en mi instinto, de cómo atreverme con la vida.

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