14 diciembre 2011

El control y su pérdida

Mi situación personal es un poco extraña, claro que nunca ha dejado de serlo, salvo cuando no tengo ningún interés en nadie.

Mis juegos son peligrosos, y hay que gestionar el riesgo. Matemáticamente, el riesgo se mide como consecuencias (en general económicas) por probabilidad de que esto suceda (del 1 al 0). Es como los "mercados" deciden si arriesgar capital.

Riesgo = Consecuencias x Probabilidad

De manera que cuando las consecuencias pueden ser peligrosas la probabilidad tiene que ser baja para que el riesgo sea asumible.

Yo ahora estoy asumiendo un riesgo muy pequeño, puesto que me he puesto a jugar, como quien no quiere la cosa, con un desconocido en internet. Mis juegos implican cesión del control sobre lo que puedo o no puedo hacer, o lo que debo o no debo hacer. Las consecuencias podrían ser mayúsculas, pero la probabilidad de que algo negativo me pudiera suceder, es muy pequeña.

Con lo cual sólo queda el juego, que me divierte como siempre. Me fastidia dulcemente que me prohíban pequeñas cosas razonables, como puede ser ir en bici sin casco. Tiene cierto regusto a impertinencia que simplemente me tengan que recordar ese detallito ¿Recordáis a cierto expresidente que se preguntaba quién quería que condujeran por él? Pues mi rebelión interna es del mismo estilo. Pero acato, claro, y simplemente la obediencia sobre unos cimientos tan inestables o rebeldes, me producen infinitas sensaciones, mariposas en el estómago. Porque me rebelaré, con todas las de la ley, cuando lo necesite. Pero de momento, no he tenido tanto estrés.

En realidad esto tiene mucho que ver con mi forma de ver el juego. Cuando no puedo más, cuando no puedo aceptar más normas porque estoy más que ahogada, cuando decida olvidarme de todo, será ante el que me protege al que le protestaré, le gritaré, literalmente, o silenciosamente, desobedeciendo en algo que en el fondo, creo que tengo derecho a elegir.

Ahora sólo me sonrío ante la posibilidad. También me sonrío ante la idea de que él desearía que fuera menos buena. Pero sólo tiene sentido desobedecer si no se espera de ti. Y también es divertido tantear el terreno, tomar el pulso, ver hasta dónde llegas capeando la tempestad.

También sé, que una vez traspasado el límite, no aceptaré medias tintas.

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