15 febrero 2014

El fantasma de Madrid (inspirado por Arena)

Puedes encontrarte muchos fantasmas en Madrid. En el Palacio de Linares, en la Casa de las Siete Chimeneas. Quizás en la Casa de la Villa, que tantas torturas albergó. Todos esos fantasmas, como los dioses de los humanos, son fruto de nuestra imaginación, psicosomáticos, no implica que sean no reales. Una vez que una enfermedad psicosomática aparece, hay que poner doble solución, resolver el problema físico (y que no es fruto más que de nuestro miedo), y resolver el problema interno para que no dé más problemas físicos. Resolver una sola de las partes no es suficiente.

Una vez tuve un fantasma en Madrid. Arena lo percibía también en mis ojos, pero yo lo tenía presente día y noche. En el Urogallo, junto a esas fabulosas raciones de pulpo a la gallega, me clavaba cuchillos injustificados como si quisiera matarme. En Chamberí me recordaba el tiempo que le dediqué a su bienestar antes de que se muriese. En Gran Vía me recordaba sus miles de detalles, sus invitaciones al cine, al musical de Chicago. La ilusión de la importancia que le daba a mi bienestar. No podía ir al Chino de Plaza España ni a los Tallacos, eran sitios con su firma inconfundible.

En Ciudad Lineal se me aparecía y me enseñaba dónde me dejaba para que yo fuera al trabajo. En Prosperidad me indicaba dónde solíamos cenar, dónde me compraba gominolas cuando me enfadaba. Por la Plaza de Toros no pasaba porque sabía que en la puerta él me aguardaba sonriente con los ojos llenos de Estopa y de La Fiesta Pagana.

El coche fue una batalla en la que quedamos en tablas. Se sentaba a mi lado para recordarme lo torpe que soy al volante. No llegó a desaparecer, pero me sobrepuse y seguí conduciendo. Se silenció pero no desapareció, siempre que miraba a la derecha, allí estaba mirándome con sus reproches porque había tardado demasiado o porque no había tomado suficientes precauciones.

En Malasaña me emborrachaba y me hacía un dedo en medio de un bullicioso bar. Cerca de la ciudad de la imagen, cuando por fin me monté aquel trío, estaba él presente, lamentándose de que él no fuera el chico, y sorprendiéndose conmigo ante la eyaculación femenina (¡existe! él siempre había querido verla). Aquella noche en que busqué sexo conduje borracha, y ni por esas desapareció.

Decidí, fingiendo entereza, irme de Madrid. Me acompañó en el coche hasta Dinamarca, recordándome cuando hicimos la circunvalar de París en el viaje que nos separó. Pero en Kolding... el clima resultaba frío para sus orígenes tropicales. Iba y venía a su antojo. Cuando yo visitaba Madrid, me esperaba en Barajas con una sonrisa, como antaño en Atocha. En Kolding sólo aparecía ocasionalmente, y yo me sentía aliviada.

Después de aquello, otros fantasmas aparecieron y me asustaron, y él casi se disipó. Arena me promete que en Madrid ya no se le percibe. Podría volver segura y no encontrármelo a cada paso. ¿Es ese el Madrid que recuerdo? Madrid es una ciudad deliciosamente amarga de Promesas que No Valen Nada. Sin él, solo es una gran ciudad desconocida. Con él, es un sitio donde me ahogo a cada paso.

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