12 noviembre 2010

Sobre el cariño que nos debemos

Asusta cómo cambian las personas, y asusta cómo cambio yo.

Antes estaba acostumbrada a dar mucho, era natural en mí. A Marco le dí mucho, cariño, calor. Me correspondió, pero igual con menos intensidad. Pero yo daba gratis, sin esperar nada a cambio.

Ahora me oigo a mí misma reclamando mi lado de la cama. Deseo que no me acurruquen después de hacerlo porque se me abren los ojos con ira y no consigo dormir. Y me miro en el espejo y me pregunto si estoy desnaturalizada o acaso maduré.

Y por supuesto me siento egoísta porque no accedo a dar el calor humano que necesitamos todos, pero al mismo tiempo, quiero dormir y perderme de esta realidad que no es como deseo. Él me dice que nos abracemos, yo fría como un cristal contesto que no somos pareja y que no tengo obligación. Él susurra que no tiene nada que ver.

Despierto en medio de la noche y reacciono mal a tener a alguien ahí al lado. Casi desearía darle una patada y tirarle de la cama para que no vuelva a entrar en mi territorio. La última vez tuvo la delicadeza de irse a su cama al terminar. Por qué hoy no lo hizo, pienso con amargura.

Cuando suena el despertador para que él vaya a cambiarse para la ofi, respiro aliviada. Al menos, un rato el lecho quedará para mí, como mío que es, como deseo que se mantenga.

¿Cuándo me volví tan territorial? No lo recuerdo. ¿Cuándo decidí que un poco de cariño doméstico era más de lo que estoy dispuesta a permitir a cualquier ser que entre en mi dormitorio?

No hay comentarios: