20 noviembre 2010

La pérdida de la inocencia

Cuando era adolescente, iba a un colegio de monjas. Eran bastante progres, nos enseñaron a que si íbamos a pecar, usáramos condón. No estaban a favor de pecar, pero mucho menos de que lo hiciésemos sin cabeza.

Las madres también nos enseñaban que masturbarse estaba regular nada más. Lo cierto es que con el tiempo he descubierto que en la ley judía la masturbación femenina no es pecado, pues no se derrama semilla. Pero en la cristiana... ya sabéis que sí.

Pero las madres nos decían que estaba solamente regular. Es decir, aceptaban que las teorías modernas decían que los adolescentes se masturbaban para descubrirse. Mientras fuera por eso, en aras de nuestra salud mental, no había problema. Pero si se nos ocurría tocarnos para darnos el gusto, estaba profundamente mal.

Yo escuchaba por pura cortesía estas charlas, pero en el fondo, no sabía muy bien para qué iba alguien a tocarse o cómo darse gusto de esa manera. Con un espejo y con las manos, intentaba ver qué había de interesante ahí abajo, para descubrirme según las teorías psicológicas de las buenas monjas. Pero nada, yo no sentía placer ni nada. No tenía mala conciencia, porque no creía que el placer fuera especialmente malo. Una chica okupa que sólo fue durante primero de BUP, cuando la profesora de religión dijo eso de que tocarse por gusto estaba mal, levantó la mano y preguntó, ¿y por qué? La profesora ignoró la pregunta, más que nada porque la consideró una perdida. Llevaba ese pelo pintado de pelirrojo que tanto adoran las okupas y un piercing en la nariz, una niña deliciosa (yo era otra, así que no me llaméis pervertida). Un preaviso de que en mi vida no todos serían hombres, como otros que ya había tenido con anterioridad. No hice caso.

De acuerdo, a mí esa pregunta la verdad, me iluminó. El placer no tenía por qué estar mal, pensé, sobre todo, porque la profesora no le ha contestado.

Pero aún así, yo no tuve ningún orgasmo durante años porque esa parte de mi anatomía yo no la entendía. Sí, sabía de dónde venían los niños, pero poco más.

Los años pasaron y yo hice carrera y todo eso. Ocasionalmente me excité, pero nunca llegué hasta el final, porque no sabía que hubiera un final, sencillamente. Recuerdo una vez que literalmente empapé toda mi ropa leyendo "El Amante Lesbiano", en la escena en que ella le ata para castigarlo pero al final no lo hace. Terminé susurrando "azótale" antes de terminar de leer la escena, pero el no culmen del castigo físico, me vació. Esto debió ser otro preaviso de mis gustos, pero no le hice mayor caso.

En el último año de carrera me lié con Marco. No sólo perdí mi virginidad con él. No, el fue el primero que me dio un orgasmo, antes incluso que yo misma.

Claro que antes de eso un queridísimo ex me lo había comido y eso, pero no llegué al final porque no sabía que hubiera un final. También me preocupaba despertar a alguien que dormía en la habitación de al lado, que por cierto, era la ex de Marco.

La primera vez que de verdad me masturbé fue en una de esas muchas ocasiones en que dejé, o me dejó, Marco. Estaba triste, y me toqué para demostrar que no lo necesitaba. No fue nada del otro mundo. Pero al menos llegué hasta el final. Y fue maravilloso terminar y darme media vuelta y echarme a dormir, nada de corresponder a la persona que me había llevado hasta él. El sueño que llega después de un orgasmo es tranquilo y rápido, al menos de mí se suele apoderar una fuerte flojera, la pequeña muerte que dicen los franceses.


Sin embargo, no fue un gran orgasmo. Lo de los grandes orgasmos onanistas, vinieron después. Estuve conectando el puñetero internet que por fin había llegado a casa después de meses de agonía entre Ono, Jazztel. Lo estaba probando. Arena dormía. No recuerdo cómo llegué a aquella clase de vídeos, pero una fuerza que lleva el mundo me encaminó hacia ellos. De repente, por primera vez en mi vida, vi una escena de azotes y mil chispas recorrieron mi cuerpo. No pude resistirlo y me toqué, esta vez, y por vez primera, por pura necesidad. Caray, qué cantidad de vídeos pululan hoy en día por la red.

Fue una noche larga en la que si no me corrí veinte veces, de verdad no me corrí ninguna. El otro día fui con Marco y seguí con el asunto. Fue un despertar real y delicioso. Sólo una mala consecuencia, desde entonces, si no pienso en azotes (o últimamente otros juegos, pero del mismo pelo), no llego al orgasmo en un tiempo razonable.

En realidad, sólo escribí este relato para demostrarle a Arena que el clítoris no se puede romper.

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