01 junio 2011

Dios me libre de violar libertades individuales

Desde que me mudé, sólo me he enfadado dos veces.

No soy adivina. Mi sarcasmo debería protegerme ante los golpes. Pero no lo hace. Aunque me de cuenta de las motivaciones, y de que en el fondo, no he podido hacer algo tan malo para merecer el vacío al que estoy sometida por el chico de la hermosa sonrisa, aunque ya nunca sonría, hay algo en mí que me hace sentir culpable.

Porca miseria de educación católica. Podría haberme ayudado para tener fe en un ente superior que justificara todo el sinsentido, pero no. Esa parte no conseguí asimilarla. Pero lo de que siempre tienes algo de culpa, esa no me la quito de encima.

Cerrar puertas nunca es definitivo. No en mi caso (no reabrí la puerta veces con mi querido Marco). Soy demasiado voluble. Por eso me gustaría estar mucho más serena mientras escribo esto. Ayudaría a que fuera definitivo.

Pero nunca cerré ni una sola puerta como acto de serenidad. Serena, es como si todos los demás fueran niños que no se dan cuenta del alcance de sus actos.

En fin, mañana veré Berlín por primera vez. Poner distancia REAL ayuda a retomar los sinsabores de la vida con otra perspectiva. Tomaré decisiones al volver. Porque me heriría el orgullo volver a cerrar una puerta de boquilla, y no de forma real.

Los hechos concretos. Hemos estado 10 minutos esperando el autobús sin saludarnos. Yo llegué a la parada después, él sabía que iba (porque trabajamos juntos y es el bus de volver del curro), pero fingió estar profundamente interesado en su móvil. Busqué un par de veces su mirada, pero el móvil era su escudo. Llegó el bus, me apresuré a subirme y a esconderme en los asientos de la parte de atrás, por no sufrir otro desprecio de "hago que eres invisible y ni me siento contigo". Y el muy tonto cuando fue a hacerlo, se dio cuenta de que no estaba. Levantó la presuntamente mirada perdida porque yo había desaparecido dentro del bus.

Y yo sentí la rabia amarga de haber ganado un pueril juego en el que no quería participar. Con un cobarde (al que ni siquiera fue difícil derrotar) que veo todos los días y que encima trabajamos en el mismo departamento. Y recordé las palabras de Marco, que yo con él me había vuelto demasiado resabida.

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